«El tiempo se detiene en sus calles de cuento. Sus colores y los aromas de la comida más deliciosa te envuelven para no soltarte más.
San Cristóbal de las Casas se te impregna en la piel, es como un imán, no podés dejar de observar todo a tu alrededor y querer empaparte de ese pueblo mágico.
Perderte es lo mejor que te puede pasar…»
«Hoy estreno mi viaje sola. Unas nubes gigantes y esponjosas se asoman por la ventana del avión que me lleva rumbo a Oaxaca. Es extraño, en la fila de al lado se ve un cielo despejado.
Siempre quise sumergirme en esas nubes. Saltar y rebotar sin piedad una y otra y otra vez. No recuerdo la primera vez que las vi desde la altura, pero sí abrazo esa sensación del anhelo infantil, el deseo enorme de flotar.
Será por eso que alguna vez me tatué un recordatorio para no permanecer demasiado tiempo aferrada al suelo?
Creí que nunca iba a necesitarlo pero parece que a veces el alma se adormece y olvida.
Que sanador es recuperar el camino, esa línea invisible que nos conecta no tanto con nuestro propósito, sino con nuestro ser. De ahí en más todo fluye como el agua.
Este encuentro fugaz con una tierra desconocida pero muchas veces soñada me ha regalado suficientes momentos como para escribir un libro, y en los pocos días que me quedan acá, se que sumaré muchos más.
No lamento no haber retratado todo con la cámara de fotos, a veces el corazón necesita llenarse por los ojos. Sinestesia en estado puro. Dejarse empapar por el universo alrededor.
Infinitamente agradecida a la vida que tengo y que me enseñaron a elegir, porque nunca hubo límites a la hora de soñar.
Que no se diluya este placer de recorrer la vida libre, liviana y feliz, decidiendo conscientemente cada paso y cada afirmación. Respirando en presente, en una paz constante y agradeciendo cada regalo que se me es dado.»
«Que tan increíble sería la vida si todos los días fueran como hoy? Que tan profundo se puede sentir la felicidad y la plenitud? “HOY” se escribe con magia.
Arranqué la mañana con unas tlayudas de mole negro y queso blanco. (Picoso pero sabroso)
Caminé un buen rato por las calles de Oaxaca, una zona mucho menos turística que la de ayer pero igual de pintoresca.
Compartí el asiento del acompañante en un taxi algo dudoso hasta Arrazola, la cuna de los alebrijes.
Soñaba con conocer a los creadores de tan magníficas criaturas y el día no me defraudó.
En el primer taller una señora me invitó a sentarme en su sillón para debatir sobre política internacional mientras limpiaba algunas figuras.
En el segundo, el taller de Angélico Jimenez, descubrí un arte exquisito. Unas tallas enormes de una delicadeza excepcional y pintadas al estilo zapoteca, con un nivel de detalle que no había visto jamás.
En el siguiente una mujer súper amable me regaló una fotografía. Yo entre todos esos seres mágicos! (Gracias señora)
Justo en frente un artesano lijaba cuidadosamente un coyote. La pintura de su mujer me atrapó de inmediato y después de devorarlas todas con mis ojos me decidí por una figura para Tami.
El más grande regalo me lo dio Eustequio, que se ofreció a mostrarme cómo comienza el proceso de creación de un alebrije, con su machete y su cuchillo. Enseñándome sobre la madera y compartiendo su imaginación, mientras su mujer pincelaba una mantis y sus 13 perros seguían atentos todos mis movimientos.
A una familia humilde le compré un conejo precioso, que vino acompañado de la sugerencia de tomar un taxi a Monte Albán y se aseguraron de que me fuera en un auto seguro.
Y por supuesto ahí me fuí, y viajé con un hombre del pueblo al que no llegué a preguntarle el nombre, pero me regaló su risa y sus leyendas de amores furtivos, coyotes y serpientes, de los cerros de alrededor.
«Monte Albán me sorprendió. No había investigado nada al respecto y no me esperaba lo que encontré ahí.
Esa ciudad enorme custodiando los valles desde la altura, sus edificaciones acariciando las nubes y el pasto tremendamente verde, tremendamente prolijo, sosteniéndolas.
Sentí una paz desbordante, una felicidad que merecía ser compartida con amigos en distintos puntos cardinales, a quienes les deseaba que pudieran saborear esa felicidad aunque fuese sólo un instante.
También seguí un consejo y me saqué unas cuantas fotos, porque ese también es mi lenguaje y elijo estar presente.
Volví con una sonrisa enorme, directo a merendar tamales con mole negro en el mercado de la ciudad. No me animé a los chapulines. Los miro y los miro y no lo puedo creer.
Y acá me siento, ya no tan inspirada como en la cima de esa pirámide, pero no quisiera olvidarme ni un solo detalle y escribo, contemplando el mismo cerro desde otro lugar, para regalarme estos futuros recuerdos de un presente maravilloso plasmados en papel.
Con la brisa cálida de México, unos pájaros que cantan en el árbol del vecino y el sol que elige esconderse a mis espaldas, entregándome todo su color.»
«La panza revuelta y un nudo en la garganta. El Uber listo para marchar hacia el aeropuerto, Lissy en pijama desde la puerta.
Volver, hoy es una realidad. A casa? Esa es la duda.
Por qué será que me siento tan ciudadana del mundo? Tan hija de otras tierras? Tan plena fuera de mi rutina?
La carroza, la templanza y, en el medio, la rueda de la fortuna. Nunca tan gráfico y tan real.
El nudo sigue ahí, abarcando espacio mientras escribo.
Encontrar ese equilibrio para reconstruir. O tal vez sólo sea para encontrar el coraje de volver a armar mi casa de caracol y salir con ella a cuestas, que a veces, parece, se me hace tan fácil.
Gracias México por tan hermosas experiencias, por la gente que atesoro, por tus platos deliciosos, por la arena y el agua cálida de tu mar, por tus mágicos cenotes, por tu historia y tu cultura, por abrazarme con fuerza y empoderarme con amor, por tus atardeceres y tus soles, por tu paz desbordante, por ayudarme a reencontrarme conmigo.
Infinitamente feliz, infinitamente agradecida.»
Sam.