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Terracota. Terracota y celeste, verde esmeralda, azul. Mosaicos, puertas talladas a mano, los aromas, las sonrisas, los niños, los sabores, las ventanas.
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Marrakech me enamoró. Sus colores y la estrechez de sus calles te atrapan sin piedad. Todo es una caricia a los sentidos.
El mercado huele a popurrí, a sándalo, a especias. El té contiene infinidad de ingredientes y puede curar casi todo. Los dulces de pasta de sésamo son una delicia, al igual que su comida.
La gente es tan amable, tan gentil… Es que no hace falta estar perdido para ser acompañado al lugar que estás buscando y recibir un paseo turístico con explicaciones culturales mientras tanto.
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Las motos, algunos caballos, pocos autos y los humanos se mueven casi coordinadamente entre los callejones de La Medina, mientras los gatos descansan y reinan, el llamado de la Mezquita invita a rezar. Y en medio del bullicio se encuentra la calma.
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Conocer culturas diferentes siempre me ha resultado apasionante, y en 24 hs Marruecos me robó el corazón.
Tantísimos años, tantísima historia que cuentan estas puertas caladas, que con su forma me recuerdan a Aladín.
El mosaiquismo de una calidad exquisita, adornando la ciudad en los lavatorios públicos, las teteras siempre humeantes, sus tacitas ornamentadas, las lámparas de bronce calado, los muebles, los pisos… prometo volver.
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Shukran Marrakech!
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