.Nueva York late a un ritmo desenfrenado. Todo vibra, todo es ahora.
Mujeres que caminan apuradas mientras los tacos golpean las veredas marcando el pulso, hombres de traje, chicos con mochila, todos con auriculares puestos, sumergidos en su propio universo y con un rumbo firme. Cafés to go, bolsas con comida, edificios y más edificios, luces y más luces.
Sí, puede ser una ciudad abrumadora si estás en Manhattan en plena hora pico, pero la magia de New York reside en el silencio. En el ser un turista observador, mantener un ritmo de respiración calmo y observar la vida de esa ciudad, que se asemeja a un cuerpo viviente, sincronizado aunque a veces caótico, ruidoso, intenso.
La ciudad cobra vida ante los ojos de quien sabe esperar, y la magia acontece en cada esquina. Un contacto visual, un destello de sonrisa, una rutina interrumpida. Un perro que se cruza, dos almas que se juntan, saludos al aire, silencios introspectivos. Un taxista apurado que da paso a una mujer con bastón, un gato que duerme la siesta, el humo nocturno en las alcantarillas, los artistas subterráneos, las alturas.
Esta vez mis pies recorrieron kilómetros a un ritmo observador… tal vez algún día yo sea parte de ese otro ritmo, aunque sólo sea por un tiempo, porque me resulta una jungla de lo más interesante.
.