.
Vivir en París.
Entre las muchas aventuras que me he propuesto este año (aparentemente no he nacido para estarme quieta), vivir París fue una de ellas. Y digo vivir París, no vivir EN París, porque son dos cosas diferentes.
Cuando uno es turista re-corre. Traga información y paisajes a montones, come aquí y allá, corre de un metro al otro y pretende conocer el lugar en pocos días porque «hay que aprovechar el tiempo».
Yo aprendí que mis tiempos son otros… Son más libres, menos acelerados. Aprendí que no me interesa subir a la Torre Eiffel, ni al Arco del Triunfo, ni correr adentro del Louvre, y está bien. Porque París es comer pain au chocolat y café con leche mientras la gente pasa, es comprar todas las mañanas una baguette en la panadería del barrio, es buscar unos quesos y un vino tinto para hacer picnic en algún parque o a la orilla del canal con amigos de distintas latitudes. Es recorrer callejones adoquinados porque te llamaron la atención y no porque haya sido la casa de algún famoso pintor, es desorientarse en las subidas de Montmartre, pero también en las de Belleville y disfrutar más el Parc des Buttes-Chaumont que los jardines de Luxemburgo.
París tiene tantas cosas que es perderse mucho si nunca te perdés en sus callejones o dejás que el tiempo corra sin mirar el reloj.
Y acá estoy, viviéndola, disfrutándola en sus calles, en sus mercados de barrio, en sus bulangeries, todos sus artistas y su ritmo de ciudad, encantada con tanta historia que se alza alrededor.
.