«Gotas de sal que se marcan en la piel. El pelo vuela enredado, libre, salado, como el mar.
Ay!, esa brisa, ese perfume tan particular! Es olor a paz infinita, a piel tostada, a fruta fresca. El olor de la playa que siempre me abraza con recuerdos felices de palmeras y arena blanca.
Los pies disfrutan descalzos, estrujándola entre los dedos. Los ojos se pierden en ese turquesa infinito. La paleta de colores no puede más.
Y es ahí, en ese silencio habitado por aves extrañas, amansadas por el susurro de las olas, que vuelvo a conectar con mi parte más sincera, más calma, más elevada. Con este ser que vuelve a escribir acostada en la arena, siendo plena, enorme, inmensamente feliz.»
«Llorar. Conectar con las culturas ancestrales siempre me provoca lo mismo.
Es ese nudo en la garganta que aflora, al no haber podido gritar en ese tiempo, en ese cuerpo, en ese ser que fui.
Aquí no es recordar, como lo sentí en Perú, aquí es admirar. Esas construcciones, el conocimiento astronómico, la cultura y sus veneraciones.
Cuando la sabiduría antigua, calma, observadora, choca con el español ventajoso, conquistador, hambriento de territorios y tesoros, se destruye uno de los legados más importantes: la historia y los conocimientos de una cultura completa.
Pero sus edificios aún permanecen, y la historia de los Mayas ha sido reconstruida poco a poco.»
«La selva todo lo abarca, lo abraza, lo transforma. Universo verde, vasto y desconocido, de un aroma fresco pero espeso a la vez.
La atravesamos en un sendero amplio para descubrir un muelle hacia la más increíble postal: la laguna de Kaan Luum.
El agua es de un verde indescriptible, porque no es esmeralda ni turquesa, es una mezcla perfecta de los dos, pero en el centro guarda un secreto azul profundo, dulce y fresco, donde la arena blanca no se llega a ver. Es un cenote, ahí, en el medio. Un pasaje directo al centro de la tierra, una invitación peligrosa a sumergirse y perderse en sus profundidades, sus seres ocultos, su misticismo.
El agua suave te abraza, te mima, el sol se esconde en una tormenta lejana y flotar se convierte en la sensación más placentera y en la única misión.»
«Sumergirse en un cenote es como volver a casa. Que placentera es el agua dulce y fresca, que te calma el ardor del sol en la piel y te deja limpio y suave.
Enorme y relajante es el mar, pero que generosos son los ojos de agua dulce!»
«Los pies descalzos disfrutan la arena que por las noches produce otra sensación. El cuerpo se mueve al son de la música que invita a bailar. Sonrientes desconocidos alrededor, todos se divierten, es una fiesta.
Volver a hablar de la magia. Conectar, conversar sin percibir todo lo que sucede alrededor. Perder la noción del tiempo. Entregarse al momento.»